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EL OCASO

DE UN

STATU QUO

prefacio

 

Quiero decir unas palabras a favor de la Naturaleza, de la libertad total y el estado salvaje, en contraposición a una libertad y una cultura simplemente civiles; considerar al hombre como habitante o parte constitutiva de la Naturaleza, más que como miembro de la sociedad.

                             HENRY DAVID THOREAU, 

                 escritor, filósofo y poeta estadounidense, 

              en una conferencia en el Concord Lyceum.  (1851).Walking. 

 

Comenzando la tercera década de mi vida me doy cuenta de que he pasado gran parte de mi existencia deambulando por un mismo paisaje; uno que conocí a los pocos años de nacer y que comencé a recorrer, primero fatigosamente, y luego incansablemente. Daba igual que fuera invierno o verano, hiciera viento o lloviera, mi objetivo era explorar. Algo que me habían inculcado profundamente mi abuela y mi madre, quienes visitaban vez tras vez este territorio. Ellas representan lo que Francesco Careri denomina como homo ludens refiriéndose a Abel como ese explorador nómada que muchos llevamos dentro y que despierta en nosotros las ansias de experimentar el lugar de manera azarosa. Aunque me costó tiempo comprenderlo, con el paso de los años descubrí que visitar un paisaje durante toda una vida y contemplar todos sus paulatinos cambios trasladaba una paz especial a sus peregrinos, un estado de armonía y, en mi caso, una sensación de plenitud que no he sido capaz de alcanzar en otras circunstancias. Francesco Careri también decía que “la historia de los orígenes de la humanidad es la historia de andar”, de hecho, andando por este lugar siento como si fuera capaz de conectar con algo más elevado e infinitamente previo a mi existencia.

   He decidido escribir esta obra como un homenaje a este paisaje al que poco a poco le está llegando la hora de su muerte. Hace casi veinte años algunos propietarios y representantes políticos de este lugar decidieron que era necesario darle un giro copernicano a su futuro y ello implicaba una profunda transformación de su espacio físico. No solo era evolucionar sino sustituir un pasado, una herencia cultural, por un futuro, a mi juicio, encarnado en una utopía. Lógicamente, no seré yo quien forzosamente les obligue a cambiar de opinión; pero es evidente que, tanto para mí como para muchas personas —que sentimos un profundo respeto por la naturaleza, por el pasado, por el paisaje y por lo que significa ser mediterráneo—, resulta terriblemente triste saber y aceptar cómo una sociedad ha decidido llevar a término un acto irreversible que traerá consigo profundas consecuencias. Aunque desearía equivocarme. Demasiadas personas parecen estar pulsando sobre el mismo propósito a pesar de que suponga una realización anacrónica fruto de la confluencia de numerosos intereses.

Como muchos otros, en diferentes momentos de nuestra vida, desearía que este episodio desarrollado en un pueblo llamado xxx acabara diferente pero, como es de esperar, pase lo que pase, tendrá que ser consecuencia natural de los factores presentes.

   Al igual que John Stuart Mill, no abogo por las actuaciones ex novo. Creo que las enseñanzas que nos brinda el pasado hay que aprovecharlas y que el pulso de la sociedad del hoy y del mañana debe entender y coexistir con los avatares que nos trajeron hasta aquí. Nada seremos si borramos nuestro pasado; solo él contiene todo nuestro saber y ha sabido preservar lo fundamental de nuestro legado. También, el Sr. Mill criticaba duramente la mediocridad y, una vez más, no puedo estar más de acuerdo con él cuando expresaba que “el valor de un Estado, a la larga, es el valor de los individuos que lo componen; y un Estado que pospone los intereses de la expansión y elevación mental de sus individuos (…) hallará que con hombres pequeños ninguna cosa grande puede ser realizada”.

   Evidentemente, todos tenemos unas metas y defendemos una serie de posturas a lo largo de nuestra vida, pero ante el cambio siempre me he hecho esta pregunta: ¿la consecuencia de esta decisión va a mejorar mi situación y la de mi entorno o por el contrario empeorarán? Parece obvio, pero observando los vestigios de obras contemporáneas me doy cuenta de que no es tan común reflexionar antes de actuar. O mejor dicho, quizás nos preguntamos muchas cosas pero puede que no sean las correctas.

   Vivimos inmersos en una era hipermoderna, se podría decir, desde el atentado de las Torres Gemelas ocurrido en el año 2001. Desde entonces, el mundo entero, especialmente, los países más prósperos han invertido grandes esfuerzos en reforzar la seguridad en todos los procesos de nuestra vida con el alto coste que ello tiene para con nuestras libertades. Sin embargo, a pesar de las múltiples evaluaciones a las que sometemos algo, lo esencial se nos escapa. Y aunque resulte simplista y todo lo unilateral que pueda considerarse el aprovecharse de una página en blanco para exponer una opinión propia, lo cierto es que practicar el ejercicio de preguntarse si determinados cambios son beneficiosos o no y en caso de que no lo sean repensarlos y mejorarlos o, simplemente, detenerlos, creo que no parece ser una opción. Lástima, porque nos ahorraríamos profundas amarguras e ingentes recursos, aunque puede que desarrolláramos menos literatura:) En cualquier caso, a lo largo de las próximas páginas queda patente que no todos pensamos igual y aunque resulte inútil expresarlo quién sabe si podría ayudar a que algo en algún lugar mejorase.

 

   No quiero finalizar sin dar las gracias a todas aquellas personas que me han apoyado en mayor o menor medida para que esta obra llegara a lo que es hoy. Por el aliento con el que me han impulsado cuando mi fe flaqueaba, a todas ellas, muchas gracias y a las que no los han hecho, también, muchas gracias.

CARERI, F., Tiberghien, G., & Plá, M. (2015). Walkscapes. Gustavo Gili

LIPOVETSKY, G., & Charles, S. (2013). Les temps hypermodernes. Grasset

MILL, J., Elshtain, J., & Bromwich, D. (2003). On liberty. Yale University Press.

THOREAU, H. (1995). Walking. Penguin Books.

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   About   

EL OCASO DE UN STATU QUO No es solo una declaración de pensamiento sino para muchos la lectura de nuestra propia realidad. La cultura mediterránea pronto será un espíritu extinto en el litoral de España. Renunciar a lo que somos, destruir lo que erigimos, desmentir nuestros orígenes y condenar la tierra, no nos hará más felices ni nos hará sentir orgullosos. Desprendernos de nuestra herencia es negar nuestra propia existencia.

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